7. Choachí

 quisiera encontrar personas

de las cuales no tuviera que recuperarme.

Estoy un poco mejor que ayer, en comparación. Fui a Vicente Lopez, gané un poco de dinero, compré cigarrillos para mi y para mamá y por la noche pedí sushi, que comí viendo stand-ups por YouTube. Me asignaron el turno para la vacuna (que lamentablemente no pude coordinar con el que ya tiene J.), tuve sesión con la psicóloga, hablé con V. y A., me reí un buen rato y también leí Joyland. Tal vez todos estos acontecimientos no se encuentren en orden, pero puedo decir que fue un buen día. 

No sabía muy bien si iba a escribir hoy, o sobre qué. Pero resulta que recordé el nombre de ese pueblo en Colombia al que fui (sin decisión al respecto) hace tantos años. Choachí. 

Tengo ciertos conflictos con las cronologías, no consigo establecer un orden después de pasado un tiempo. Se me confunden los años, cuándo ocurrió tal o cual cosa. Me guío más por veranos e inviernos, cirugías y departamentos ("antes de la operación de la columna" ó "cuando vivíamos en el 8vo" ó "después de la laparoscopía"). Simplemente me acostumbré a ver el tiempo de esa manera. No puedo decir que funcione muy bien.

Tengo guardada una única foto del viaje a Colombia (todas las demás las borré), pero está recortada y no tiene fecha. Sin embargo, recuerdo de haberme enterado en un ciber-almacén de Lenguazaque sobre la muerte de Nisman, así que fue en el verano del 2015, pocos meses después de comenzar a salir con R. 

No entiendo cómo mi padre no me dijo que estaba cometiéndo un error (habrá confiado en mis criterios), sino que por el contrario accedió a comprarme el pasaje, muy caro, abonado en 12 cuotas y con puntos de aerolíneas. En ese entonces creía firmemente en el amor romántico y la situación se prestaba a la fantasía: Conocer a un extranjero, mudarnos, irnos de viaje, descubrir cosas juntos. No había lugar a malos escenarios. 


Butterscotch: Say, did you ever hear the story of the couple who moved to California?
Beatrice: I can't say that I have.
Butterscotch: Oh, it's a marvelous adventure! You see, they hardly knew each other but they shared a certain sensitivity and taste for the unknown [...]
Beatrice: Oh yes I think I have heard this story! They got a small house in San Francisco, near the book store... He wrote his great American novel...
Butterscotch: While his wife took care of the baby!
Beatrice: His wife? Oh, well I didn't hear about that part.
Butterscotch: Well, I mean, if she'd have him [...]
Beatrice: Well isn't that how the story goes?

Choachí es un pueblo feriante, ubicado detrás de los cerros de Monserrate y Guadalupe de la ciudad de Bogotá, pero cuando lo ves desde la ruta por primera vez, da más la impresión de que un cráter irrumpió en la tierra y se construyeron casas para llenar el espacio. Un pueblo clavado en la montaña.
El viaje desde Lenguazaque a Bogotá y de Bogotá a Choachí fue tedioso. R. no tenía dinero y yo tampoco, así que había que moverse en transporte público, microbus hasta Ubaté, buseta hasta Bogotá, tomar allí un transmetro hasta una terminal y otra buseta hasta Choachí. Todas estas son terminologías del transporte urbano en Colombia que se aplican según la cantidad de pasajeros y el largo del trayecto, pero para mí las busetas y microbuses eran furgonetas y el transmetro un colectivo muy largo con un sistema de paradas efectivo. No obstante, el viaje no fue menos complicado. 

Nos movíamos con las valijas y R. no hacía de la experiencia algo llevadero. Vivía nervioso y alerta, en un estado permanente de irritabilidad, siempre preparado para pelear con alguien, con quien sea. Esto, por supuesto, se transmitía. Yo tenía 20 años y carecía de mecanismos para defenderme de personas como él. 

Llegamos a Choachí por la noche, íbamos quedarnos con unos tíos. Nos atendió la tía, la señora Lydia, en su comercio, un restaurante parecido a un bodegón. Era una mujer curtida, temperamental y adusta. Estos rasgos de su carácter los comprendo mejor hoy. Su marido, Omar (o como él se refería a sí mismo: "Ómar", con un acento en la O medio cantado) era discapacitado, había tenido un accidente de tránsito y su mente quedó atrás, él era un niño muy pequeño en el cuerpo de un hombre muy grande. La señora Lydia paso a encargarse sola de la casa, el comercio, el marido y los hijos. Estas experiencias marchitan a cualquiera.

Nos sirvió sendos platos de comida: carne, fruta, arroz y palta. "Como para matarnos el hambre", diría R. después, atormentado por sus conflictos familiares. Yo estaba encantada, después de tan estresante viaje era agradable poder sentarse a comer algo casero. 

La casa de la señora Lydia y de Omar era grande y estaba alejada del centro. Arrastrar las valijas, de noche, por la calle inclinada y de tierra no sumó a favor del malestar de R., ni del mío. Hubiera sido mejor tener una mochila, pero tantas cosas hubieran sido mejores y, en ese momento, R. se había empecinado con llevar mucho equipaje y no había lugar para contradecirlo. Ser víctima de las preocupaciones ajenas. 

No recuerdo bien la primer noche. De hecho, no recuerdo bien casi ninguna noche en esa casa. Sí recuerdo a Juancho (o "Áncho", para Omar), el hijo menor, un niño muy alegre y puede que sin conciencia del malestar de su padre. Los días que viví allí, me lo encontraba cada mañana jugando al Supermario en su PS1, sentado en el suelo de cemento del living de la casa (casa grande, no casa rica). Recuerdo el enorme comedor, muy oscuro, donde Lydia preparaba el desayuno para todos (esposo, hijos, sobrinos, visitas). La enorme meda redonda. R. estresado, engullendo mi plato. 

Tengo que hacer dos aclaraciones aquí: la primera, en Colombia (o en Cundinamarca, realmente no me gusta generalizar) los desayunos son copiosos, una verdadera comida, a diferencia de los desayunos más ligeros a los que se acostumbra en Argentina. Carne, fruta, jugos, panes (almojábanas), chocolate y café (un tinto). La segunda, Choachí estaba en período de "ferias y fiestas", el pueblo se llenaba de turistas que asistían a las festividades (cantantes, tiendas, algodón de azúcar, cervezas, espectáculos y bailes) y la casa de la señora Lydia se llenaba de familiares no deseados. Cómo no iba a estar enojada entonces. 

Cuando comencé a escribir esta entrada quería contar sobre lo sucedido en Choachí durante la corrida de toros. Pero empiezo a recordar otras cosas, igualmente dolorosas. Igualmente innecesarias, ninguna violencia tiene razón de ser más que la violencia misma. Tengo demasiadas vejaciones acurrucadas en la memoria. 

No creo que hoy sea prudente continuar. 
D.