8. Muerte en la tarde

 come flower against me

come bloom in here.

Esta es la única foto que conservo del viaje a Colombia. R. también estaba en ella, pero fue recortado hace muchos años. Creo que estábamos en Zipaquirá. Fue al poco tiempo de llegar, dos semanas antes, aproximadamente, de lo ocurrido en Choachí. 

En ese momento nos movíamos entre pueblos cercanos a Lenguazaque (de dónde él es oriundo), como Ubaté, Carmen de Carupa, Chiquinquirá, Bojacá y Zipaquirá. Y eso estaba bien, el transporte no era tan complicado ni costoso, no había mucha gente y para mí esos pueblos tenían mucho que ofrecer, lugares marcados por el paso de la conquista, los franciscanos y la independencia. En serio, así estaba bien. 

Creo que las cosas comenzaron a complicarse cuando R. sintió la necesidad de ir cada vez más seguido a Bogotá, con sus gigantescos centros comerciales ("chopins", para los entendidos), su imponente circuito de transporte y su Palacio de Justicia, tan castigado. Creo que Bogotá a R. le dolía. Su país entero le dolía. Todo lo miraba bajo la lupa de la tragedia y la guerrilla, hoy creo que estaba justificado. Él era demasiado sensible y su espíritu estaba profundamente dañado. Irreparable, a diferencia del Palacio. 

Nos ganamos el afecto de la señora Lydia cuando vio que pasábamos mucho tiempo con Omar. Y era un placer, era realmente un buen hombre. Siempre estaba feliz y miraba su entorno con los ojos de un niño deslumbrado. Le gustaba caminar a mi lado y me llevaba a puestos de comida donde ya lo conocían. Pedía una almojábana para él y otra para mí, "para Añéla" decía, así le salía mi nombre. Me arrepiento de no haber hablado con él cuando volví a Buenos Aires.

Salíamos con él todos los días que estuvimos en Choachí. Casi siempre nos acompañaba Juancho, que se notaba que disfrutaba nuestra compañía, caminaba dando saltos por el empedrado y hablaba constantemente. Sonreía cada vez que comía empanadas y me preguntaba cosas de Argentina. Me enseñaban el pueblo, los hoteles y los comercios. Me podría haber quedado así.

La feria era linda y animada durante el día y sinceramente creo que la habría disfrutado durante la noche, cuando estallaba la festividad y la gente bebía y bailaba, había juegos, concursos y música. Pero a R. le estresaba, era incapaz de disfrutarlo por su condición de animal acorralado, siempre alerta, siempre mostrando los dientes. 

Cuando Omar y su hijo volvían a la casa nos juntábamos con sus primos y novias y J.I., el hermano menor de R., quien llego a Choachí unos días después de nosotros. Todos se divertían, excepto R. y en consecuencia yo sentía que tampoco debía hacerlo, que no fuera a enojarse. 

Una noche fue... no sé. Estábamos en la plaza principal, "¡Dónde están las mujeres!" gritaba el feriante mientras la música sonaba y los hombres bebían y gritaban. R. se enervaba cada vez más, cuando la sangre se le subía a la cabeza se le marcaban las venas al costado de la sien. Había estado discutiendo con J.I., cosa que me enteré después que hacían seguido. Y conmigo, creo que mi sola presencia le molestaba. La situación explotó cuando un ebrio se me aproximó. 

Recuerdo la mirada de R., feroz, cargada de furia y dirigida hacia el hombre, quién se quedó pasmado y se alejó tambaleante. Uno podría tentarse a pensarlo como algo romántico, el hombre que te protege, que te defiende, pero no es así. Sin mediar palabra me tomó del brazo y me arrastró violentamente calle arriba hasta la casa de la señora Lydia, quien afortunadamente no estaba. No recuerdo qué ocurrió en el medio hasta que nos acostamos, yo temblaba y su único consuelo fue "no entiendo por qué tiemblas, si no te pegué" (esa vez). 


Habremos ido a la corrida de toros al día siguiente. R. era fanático, yo nunca lo compartí, pero no me molestaba ir. Me llevó hasta un pequeño estadio que quedaba bajando por la plaza principal, casi en las afueras del centro. Habían dos entradas, una, para el público y la otra, atrás, por dónde ingresaban al toro y luego retiraban su cadáver. 

Me compró chicharrón cuando llegamos y conseguimos un buen lugar bajo la sombra. Estaba bien, hasta que un hombre se acercó, se quitó el poncho y comenzó a tirarnos tierra para que nos corriéramos, cosa que en principio no entendí porque su comportamiento me parecía extraño (bueno, ¿Quién mierda hace eso?). Yo me levanté inmediatamente y R. dijo indignado "¿Por qué hace eso señor?". El tipo se sentó inmediatamente con su familia en nuestro lugar y nos retiramos. Hoy pienso en mi reacción y me parece algo descolocada para la persona que soy.

Encontramos otro lugar para sentarnos, más alejado. La corrida comenzó, primero entró el torero a la plaza, luciendo su chaquetilla y montera. Siempre se me asemejó a la ropa de la murga, con todas las lentejuelas y volantes. Se nos acercan unas personas, un tío lejano de R., con su familia y se sientan con nosotros. Me presento, hablamos, no recuerdo de qué. Entra el toro, negro y hermoso e inicia el tercio de varas. No sé si había un caballo. Continuamos conversando, tal vez me preguntaban sobre Argentina, tal vez quería saber qué estaba haciendo R. de su vida, o simplemente hablaban de la corrida. Inicia el tercio de banderillas, ¿Qué pelea puede dar el animal con la espalda estacada?. 

Cuando comencé a salir con él me mostró videos de tauromaquia. Creo haberle dicho una vez que esperaba que el toro ganara. Se enojó como si lo hubiese insultado a él y me reprimió, tiraba las palabras contra mi como veneno. Debería haberlo echado de mi casa ese día y no dirigirle la palabra nunca más. 

El tío hablaba conmigo, porque estaba sentado a mi lado. Era amable, yo le hice un par de chistes a él y a su esposa, compartimos chicharrón, no había problemas con eso, un par de personas hablando. El tercio de muerte comienza y el toro es abatido en 10 minutos. Todos aplauden al matador mientras dos mulas arrastran al animal por sus patas traseras encadenadas. La gloria de un hombre.

R. no hablaba. La familia se despidió de nosotros y, en un gesto amable, el tío se retiró el poncho comprado en el festival y me lo obsequió. Se retiraron y al voltearme, R. tenía una mirada enfurecida, "¿Cómo te atreves a hablarle así a mi familia?". No sé que había hecho, pero lo que hubiese sido me valió otra arrastrada del brazo. Las personas violentas tienen una forma particular de tomarte del brazo, es como si te lo flexionaran hacía arriba y clavaran sus dedos en el húmero. 

Me obligó a salir por la puerta de atrás, por donde hacía unos momentos habían bajado al toro. No sé por qué no quiso salir por delante, si qué más daba. Me bajó sin aprecio ni consideración por las escaleras llenas de sangre, tierra y excremento. 

No recuerdo qué me gritó, no comprendí el motivo de su enojo y no lo comprendo hoy. Estábamos en una calle repleta de gente, él me sacudía y gritaba, escupía palabras cargadas de desprecio. Entonces sucedió, se dio la vuelta y desapareció entre el gentío. Lo perdí de vista al instante. Tenía los zapatos sucios, no tenía dinero encima y no sabía dónde estaba. No sabía cómo regresar a la casa, ni cómo salir de ese pueblo que en ese momento tanto detestaba. Tenía miedo de hablar con cualquier persona, de pedir ayuda, ¿Qué iba a decirles? ¿Y si resultaban peores que R.? Quería volver a Argentina, en ese instante de desesperación sólo deseaba subirme a un avión y salir enseguida de allí. Maquinaba en mi mente cómo hacerlo, pero no sabía, no entendía nada, era una estúpida de mierda en un pueblo de mierda. 

Comencé a caminar. Observaba a las personas, pensaba a quién podía acercarme y qué iba a decir. O si meterme a un local y preguntar por la casa de Omar y Lydia, era un pueblo, cosas así se saben. Pero no hice nada de eso. Volví a dónde él me había dejado y esperé ahí. Esperé sentada en el zaguán de una casa, una, dos horas. Comenzaba a hacerse de noche cuando él apareció, estresado y preocupado por mi. La tarde ya había muerto y un poco yo también. 

D.