21. Diecisiete

 de repente soy
los animales salvajes
que crecen en las sombras
y que afilan las uñas en mi huesos
después de romperme.

No me duermo hasta el amanecer, no me siento bien de otra manera. Siento que no puedo respirar y una presión enorme en la cabeza. 

Mamá me dijo hace un par de horas que el lunes hay que dejar el departamento pero no tenemos dónde mudarnos. Esta situación viene escalando hace meses, podríamos haber evitado llegar a este punto. 

Pero no lo evitamos. Mi vida entera de nuevo en una sola valija, todas nuestras pertenencias en cajas, al fondo de un depósito prestado, quien sabe por cuánto tiempo. 

Mi hermano me dijo que no proyecte mis frustraciones en un cambio de calendario gregoriano, pero voy a terminar este año de una forma u otra, aunque me mate. Y podría hacerlo. Sobreestimé mi capacidad de soportar la marea, de sostener mi cabeza sobre el agua cuando nunca supe cómo nadar. 

Fue fácil hasta que ya no y estoy cansada de ser la portadora de malas noticias pero en este momento todo se siente imposible y no puedo responderle a nadie diciendo que estoy bien. Si me hubiese muerto a los 17 nada de esto habría pasado. Me habría quedado con el ligero dolor de la adolescencia y no habría llegado R., no habría perdido a L., no me habría operado tantas veces y no estaría a punto de quedarme en la calle hoy. Si me hubiese muerto a los 17 todos ya habrían hecho su duelo y sólo sería un retrato en la estantería del living de mi padre o una foto pequeña compartiendo junto a un rosario el marco con la imagen mi abuela, sobre la mesa de luz de mi madre. Sería un dibujo en un cuaderno de mi hermano. 

Pero me sigo despertando. Ojalá algún día llegue a la costa.

D.