28. Freire

 hace tanto frío
que no puedo más que arder


Tengo veintiséis años, soy mujer, mido un metro setenta y peso sesenta y cinco kilos. No salgo bien en las fotos que me toman pero creo ser bien parecida cuando me delineo los ojos. Tengo una enfermedad crónica que me lastima el útero. Llevo en mi haber tres laparoscopías y dos cirugías de columna que me cayeron de arriba pero que por lo menos me acercaron más a vos porque ahora llevamos la misma herida.

Te estoy escribiendo desde dentro de un cuerpo que un día fue tuyo. Lo que quiere decir que te estoy escribiendo como hija. 

Escribo para volver, mamá, creo habértelo comentado alguna vez. Para volver a verte entrar al departamento de Freire y celebrar tu llegada junto a Tobi porque ese era el mejor momento de mi día. 

O para buscarte entre la multitud de padres al finalizar una obra escolar y caminar con seguridad porque sabía que te iba a encontrar entre el tumulto de gente. Sabía que estabas ahí extendiendo tus brazos, no había otra opción posible. 

Regresar para sentir el aroma del perfume que ponías sobre la curva de mi muñeca mientras observaba bajo la luz verde del baño cómo retirabas ruleros de tu pelo y agregabas color a tu rostro. 

—Hay que prepararse para la guerra, chiquita.

Vivir una vez más nuestro ritual nocturno frente al equipo de música y que me muestres tus canciones.

Quedarme dormida con tu mano sobre mi espalda y tu beso en la nuca.

Verte de nuevo recostada sobre la cama de acompañante del sanatorio, intentando mantenerte alerta por cualquier cosa que yo llegara a necesitar, a pesar del agotamiento y el estrés que pesaban sobre tus hombros.

También podría volver a aquella vez en la que estabas sentada en mi cama llorando, hundida en tu angustia, frente a una pila de tu mejor ropa tirada en el piso. Arrojaste entre ellos el tapado celeste que usabas habitualmente y luego con mis once años te ayudé a bajar las bolsas hasta el contenedor. 

O a cuando llegué a casa del colegio y te encontré recostada con el teléfono de línea en mano gritándole a una operadora que te enviara una ambulancia, ya, por favor, una ambulancia porque no estabas bien y estabas segura que te ibas a morir. 

—No puedo más, no paso de esta de noche, no puedo más. 

Podría volver a muchos lugares mamá, acurrucarme en ellos y verme expulsada de otros, pero el ayer ya lo digerimos, ya es parte de nuestros músculos. Sé que estas cansada, lo escucho en el tono de tu voz, lo veo en tu piel y en la comisura de tus labios cuando te llevas el cigarrillo a la boca. Me gustaría poder calmar ese cansancio pero eso también es aprendizaje. 

Soy tu hija y también tu madre cuando observo tu cuerpo más frágil que el mío. 

Cuando encuentro las piedras en el río de tu mente.  

Nunca supe en qué crees y sabes que yo no creo en nada pero a veces me gustaría que hubiera una reencarnación, en serio. Porque entonces tal vez volverías acá y serías una niña y tuvieras un nombre que te guste más. Y tengas un cuarto lleno de juguetes y una madre que ponga su mano sobre tu espalda antes de dormir y bese tu nuca. Tal vez entonces, en esa vida y en ese futuro puedas vivir tus días sin dolor ni miedo y seas feliz. Y en esa felicidad me recuerdes y te preguntes qué fue de mí.

Y sonrías. Tal vez.   

D.