31. Mediaciones

No estoy haciéndome la víctima, Luisa: es solo para decirte que yo tampoco me he quedado quieto, ojalá hubiera podido. Si hubiera sido por mí, sí me habría quedado quieto, pero no ha sido posible, y todos los cambios que he sufrido han sido vuelcos terribles, que me han arrojado literalmente a otra vida, y luego a otra, y a otra, vidas a las que he tenido que adaptarme brutalmente, sin mediaciones. 


Comencé a escribir esta entrada dos meses atrás y nunca pude terminarla. Todavía mantengo cierta estaticidad frente al teclado, pasaron demasiadas cosas en tan poco tiempo que el peso que llevo en el pecho se traslada a mis manos. Más de una vez me quedé mirando la pantalla sin saber cómo continuar.

No puedo volver a evocar el miedo que sentía meses atrás, cuando todo parecía tan desesperante. Paso mis días entre clonazepam y risperidona por lo que ni siquiera mi tristeza puede llenar espacio alguno. Pensé en morirme demasiadas veces, pero creo que jamás llegaría tan lejos como para hacerme un daño siniestro. Me gusta mucho el olor del café por la mañana, rozar la piel de L. y la sensación refrescante de las sábanas frías en verano. Me reconforta sentarme en cafeterías cuando llueve, soñar con un mejor futuro y oir las palabras comprensivas de mi madre. Son cosas que quiero disfrutar más tiempo. Quiero disfrutar todo y comprobar que puedo con esto. 

Me gustaría, Le., ser más amable con vos. Quisiera saber responder con una sonrisa a todos los problemas que se nos presentan, respirar y hablar sin falsedades. No hay nada que quiera más que sostener tu mano y decirte que lo entiendo, que está bien, que no pasa nada. Pero no puedo, no me sale, no soy esa persona. No soy una persona que me guste. Termino enojándome tanto que la tristeza me nubla el pensamiento y no puedo seguir. Todo queda en pausa, no quiero ganar, no tengo victorias que clamar en un lugar que no puede contenerme. Sólo estoy cansada Le., vivís diciéndome lo roto que estás, pero yo también lo estoy. Quisiera ser de otra manera con vos, darte amor infinito, hacerte sentir seguro a mi lado, que confíes en mi sin duda alguna. Pero lastimo.

Mamá, me gustaría tener la fortaleza de entregarme totalmente a vos. Responder a tu llamado, sin juzgarte, recibirte con los brazos abiertos. Quisiera dejar de sentir tanto rencor. Ser tu companía, tu apoyo y el hombro en el que podes descansar la cabeza. Puedo comprenderte y elijo no hacerlo, puedo entenderte y elijo ignorarte en las dificultades de tu vejez. Puedo perdonarte y elijo culparte. Quisiera ser la hija que necesitas, pero te dejo sola. 

Ay papá, si pudiera regresar el tiempo atrás. A vos no puedo ni mirarte a los ojos, quiero hacerte sentir orgulloso pero soy una vergüenza. Lo peor es que si de alguna manera consiguiera regresar a otras épocas cumpliría todas tus expectativas y después me moriría igual. Tengo una fibra en carne viva, papá, intenté, te lo juro, daría todo por tu palabra de aliento. 

Sólo siento que hago daño. No tengo conclusión esta vez. 

D.