35. 03:06 a.m.
Me desperté con el sabor de tus palabras. No, no fue anoche. Fue de madrugada, cuando estoy más frágil, más vulnerable, menos preparada para los golpes.
Me desperté con el recuerdo de tu mirada fija, dura, y esa frase tuya dicha con la frialdad con la que aprendiste a no temblar: “Tengo que pensar si quiero estar con vos.”
Eso dijiste. Una oración lisa, sin grietas por donde pudiera filtrarse un consuelo. No hay mucho trasfondo, por más que ahora quieras dárselo. Por más que intentes remendar lo que ya dijiste.
Y aunque entiendo tu dolor, aunque me repito que no puedo enojarme porque te sientas así, la verdad es que me enojo. Y me duele. Me duele como el fuego sobre la piel.
Después de todo este tiempo, después de los días compartidos, de la vida entrelazada, se siente como si me abrieras el pecho con una frase. Como si me arrastraras hasta la orilla solo para empujarme al abismo desde más alto.
No entiendo.
Me parece cruel.
No quiero escucharte llorar al lado mío si en tu cabeza ya me descartaste. No quiero consolarte mientras te vas.
Y no, no voy a ponerme en ese lugar del "con todo lo que hice por vos", porque ya sé (lo aprendí de la peor forma) que el amor no se mide en devoluciones. Pero esto… esto no me lo merezco.
No vengas a romperme el alma a las tres de la mañana. Déjame dormir, permitime al menos ese descanso después de sostener todo el día el dolor de mi madre y ahora también el tuyo.
No me busques para herirme. No voy a responder.
Solo te pido eso:
Déjame en paz.