57. asidero
Volvieron los pensamientos oscuros, como si nunca se hubieran ido del todo. Anoche intentaba dormir con Vi, pero en lugar de cerrar los ojos, imaginé a mi padre y a mi hermano frente a mi cuerpo frío en una morgue. La escena era nítida. La impotencia en sus rostros, la incomodidad de la muerte en sus zapatos. Y yo inerte, finalmente en silencio.
Nada importa si el final siempre es el mismo. Nada se sostiene. Mamá está tan perdida como yo, en la cuerda floja de una factura de luz que no podemos pagar. Papá sólo me habla cuando tiene que quejarse. Y mi hermano… mi hermano, mi otro yo, mi espejo de infancia, lo borré de todos lados después de aquel día en que todo se rompió. Lloré tanto. Me sentí un despojo frente a ellos. Una escena vulgar de locura. Una puta demente, dijeron con los ojos, y quizás tengan razón, pero eso no me hace indigna de amor.
Gerardo dijo que estaba harto de mí. Mi padre, desde el umbral, soltó su sentencia: “Siempre un problema vos”.
Siempre un problema. ¿Y si un día, sólo por una vez, alguien me sostuviera entre los brazos y me dijera que todo va a estar bien?
Soy un nervio expuesto. Un grito que no cesa. Me hundí tanto en mi mente que los recuerdos se volvieron brasas. Miro las pastillas para dormir como quien mira una salida secreta. Las raciono. Quiero que me duren. Para cuando llegue el momento. Para cuando esto se vuelva completamente indigno.
El límite es ese, la indignidad.
D.