60. correo
all my tears has been used up
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Nada importante me espera en la casilla de Gmail. Cada día llegan las mismas ofertas laborales anónimas, mal dirigidas, automáticas. Son promesas enviadas a cientos de personas detrás de pantallas idénticas a la mía, todas nos disputamos la misma silla sin respaldo. Doscientas, trescientas, cuatrocientas manos extendidas hacia la misma migaja.
Hoy le mandé mi currículum a Patricia. Diez años escuchando su negativa vestida de amabilidad. Diez años sugiriendo, sin decirlo, que no soy capaz ni siquiera de pasar productos por un lector de código de barras.
“¿Hiciste todos esos cursos? Mirá que hay que levantar peso”, me dijo.
Una pelotuda. Esa clase de pelotuda que frena el auto y observa a través del vidrio, ve un restaurante medio vacío y sentencia: “Nunca hacen nada, siempre hay pocas mesas”. Como si el cuerpo no gritara al final del turno. Como si una no supiera lo que es reventarse la espalda por un sueldo miserable y una propina incierta.
Y mi viejo, siempre escondido, susurrando desde el marco de una puerta como si la vida se viviera desde los bordes. “Mirá que si no tenés lo que decís habría que pulir el CV”, me dijo.
Un hombre traicionando a su propia hija.
Quisiera poder contarle esto a mi hermano, pero ya no quedan palabras amables entre nosotros. La distancia creció como un yuyo entre los pies. Si lo viera, cambiaría de vereda. Él también. Ambos sabemos que el otro dejó de ser refugio.
Lo sabía. Sabía que hablar con ellos no serviría de nada. Pero me sorprendió, a pesar de todo, mi fortaleza. Me duele (con una claridad insoportable) que mi padre no me ame. Que cada cosa que hago sea una oportunidad para su escepticismo. ¿En qué momento se deformó todo? ¿Cuándo dejé de ser suficiente?
Lloro. Lloro con la profundidad de quien ya no espera consuelo. Pero no delante de ellos. No merecen ese espectáculo. No merecen el privilegio de mi pena. Les doy mi mejor versión de hielo: “Hola Patri. Te envío los archivos. Bien, gracias desde ya. Buen fin de semana.”
El amor sigue existiendo. Yo los amo, profundamente. A pesar de todo, a pesar del daño. Amo con esa clase de amor sin retorno. Pero ya no hay palabras tiernas entre nosotros, ningún gesto que no sea protocolo.
¿Dónde se aloja el amor cuando no tiene a dónde ir?
D.