66. estorvo
“Si no me decís qué pasa no te puedo ayudar”, escribió papá.
Hace días que no le hablo. Más todavía desde la última vez que lo vi. No escribo hoy para hablar de él, pero pienso en esa frase. En decir. En nunca poder decir lo que pasa, porque es demasiado retorcido.
¿Cómo te cuento, papá, toda la mierda de este año?
Si no te vas a sentar a escuchar.
Hoy estallé contra Vinicio. Fue un desastre. Casi no puedo pensar.
Me miro al espejo con los ojos hinchados. Conozco esa cara.
La vi muchas veces.
Me falta el aire.
Se me cruzan imágenes de Leonardo y de Robinson.
Después lo veo a Vi, desencajado, diciendo “no entiendo”.
No.
Otra vez no.
Otra vez esta desesperación, este nudo.
Le dije que me sentía en un límite. Me pidió que me hiciera responsable.
Que él no hizo nada.
Y lo soy. Lo intento.
Pero la puta madre, empezá por no dejar pasar a esta mina a tu casa.
No me diste oportunidad de nada. ¿Cuándo traté mal a alguien?
Te digo que no es justo, y discutís la justicia.
Discutís todo, menos lo que importa.
Ese comentario fue cruel. No lo merecía.
Y me decís que no es cuestión de merecer o no.
Hoy no hubo conversación.
Hubo un delirio. Dos extraños.
Decís que me amás.
Y hoy me pediste que me fuera.
Estoy cansada.
De los hombres, de sus deseos.
De los trabajos. De mamá. Del llanto.
De viajar. De despertarme.
“Me gritaste de tal forma que si tenías un cuchillo en la mano me lo clavabas.”
¡No! Me lo clavaba yo.
El brazo. La muñeca.
El cuello.
El corazón.
No entendés.
No puedo más.
Si supieras lo lejos que estoy.
Si supieras que quiero irme.
D.