70. round two
yo no sé si tenga amor la eternidad
Debret se puso genuinamente triste cuando pasó un mes y le comenté que no me habían llamado del Ateneo. No sé si se habrá sentido un poco responsable por haberme hablado con tanta convicción sobre cómo iba a ser todo cuando me contrataran. En ese momento incluso llegué a imaginarme durmiendo en su casa alguna que otra noche cuando me tocara trabajar hasta tarde. Pienso en él y en esa vida a veces.Me hice el preocupacional para Farmacity y ahora estoy en la incertidumbre del si me van a contactar o no. Decidí que si mañana no tengo noticias, el lunes salgo a buscar trabajo en gastronomía, por Recoleta, cerca de Vi.
Quiero tenerlo cerca, darme ese bello placer si el resto del día debo estar fuera de mis propios deseos.
Se me está acabando el dinero y también estoy algo fatigada del discurrir de los pensamientos.
Se supone que la felicidad está en uno mismo. Y que si eso es cierto, entonces cualquier circunstancia debería volverse soportable. Pero no me convence esa fórmula. No me siento capaz de transformar lo que me pesa solo con voluntad.
Me acuerdo cuando me llamaron para trabajar en el Rossi. Estaba acostada en la cama de Vi con una manta térmica apoyada sobre la pélvis, con mucho dolor e incomodidad. Eran casi las seis de la tarde y tuve una seguidilla de llamados del departamento de recursos humanos para decirme que arrancaba al día siguiente, a las 7 a.m. Aún puedo escuchar el desconcierto en la voz de la psicóloga laboral que me dijo “¿felicidades?” cuando notó que estaba más asustada que contenta. Y lo estaba. Mucho.
No sé por qué no dije que no podía empezar ese día. Era viernes. Podía haber esperado al lunes. Pero no dije nada. Salí para casa con el cuerpo latiendo mal. Llegué cerca de las nueve de la noche, con dolor y ansiedad, solo para buscar una camisa. Preparé una mochila a ciegas, sin pensar. Mamá y yo girábamos por el living como si buscáramos algo que no estaba. Los animales nos miraban sin entender. No dormí. El cuerpo entero vibraba con algo que no era nervio, era miedo. A las cuatro de la mañana me levanté, me vestí, crucé toda la ciudad. Celeste. Vacía. Me sentía pesada. Caminar era como hundirse.
Llegué quince minutos antes. Me recibieron bien. Eso lo hace peor. Porque decir que el primer día fue una tortura me avergüenza. Pero lo fue. Duele más admitir que solo duré una semana. Era demasiada carga mental. Todavía me arde pensar en eso. No me perdono.
Esta vez me traje ropa a lo de Vi, zapatos, más maquillaje. Tengo mi botella de agua, mi bolso, las uñas arregladas. Y no sé si me van a llamar, pero no voy a derrotarme otra vez.
D.