83. sirena

 Sabe Dios qué angustia te acompañó


El café me quedó muy fuerte, lo bebo igual. Estoy cerca de los treinta y me sigo haciendo mierda el cuerpo como si tuviera veinte. Anoche salí con Vi y bebí mucho vino, discutimos y al llegar a casa todo me daba vueltas. Me siento estúpida, vulgar, como si arruinara todo. Creo tener un talento particular para conseguir que mis parejas se agoten. Hablo de más, sobretodo cuando tomo. Todo lo reprimido sale a flote. Todos los sueños que jamás alcancé, las fantansías que construí en mi mente. Lo escupo porque es la única manera en las que puedo mantenerlas vivas. Reales en su falsedad. 

Cada día recibo un mensaje distinto de mamá. Siempre algún pedido, idea ridícula o reclamo. Hacer una transferencia, ver sus estudios, hablar de su jubilación, mudarse, poner a los perros en adopción. Tengo momentos donde me gustaría decirle que la odio y al pensar en eso se me marchita el corazón. Odio esta dinámica que se dió entre nosotras. Odio que me necesite tanto. Odio no ser suficiente y a la vez haber dado tanto de mi. 

Me ahogo, pero ya no pienso en cortame, ni siquiera puedo llorar como lo hacía antes. Me averguenza pensar en ese tiempo y me averguenza más haberlo vivido frente a Vi. A veces desearía pararme frente a mis ex parejas y darles un golpe, por todas las veces que me dejaron sola. Tantas que ahora no sé vivir de otra manera. Lo fuerzo. 

No sé qué estoy escribiendo, tengo la mente vacía. Una oración fluye cada tanto pero las palabras no caen sobre mis dedos. Tecleo igual, necesito recuperar quien soy. Escribir, leer, dibujar, tocar el yugo de mi espíritu para entender qué carajo hago acá, qué vida estoy llevando y por qué mierda estoy tan enojada. Ya no tengo llanto dentro de mi, sólo enojo que no sé a dónde direccionar. 

Domingo, mañana toca volver a la vida real. Y así para siempre. 

D.