100. fatiga

Y cuando tu cigarro se consuma sin parar
siempre mi voz vas a escuchar,
y ahí te vas a decir
que hay que saber cuando parar.


Tengo sueño. Podría haberme quedado en la cama un poco más, pero me levanté antes de lo habitual para sacar a Elvis. Esta mañana, por primera vez, hizo sus necesidades en la calle. Ese pequeño triunfo justificó el esfuerzo.

Desde que llegó le cocino, arroz con pollo, zanahoria hervida, hígado a la plancha. Todo mezclado con el mejor alimento que pude encontrar para él, como si cada bocado fuera un gesto de amor que pudiera protegerlo de todo mal.

Lo llevé a la veterinaria. Lo revisaron, lo vacunaron. Me entregaron unas pastillas y tomaron una muestra de la bola que le está creciendo en el pecho. "Parece un lipoma", dijeron. Si lo confirman, pediré que lo operen. Elvis ya tiene nueve años; más adelante, el tiempo será un enemigo invencible.

Cuando vuelvo a casa, me recibe como si el mundo entero hubiera estado esperando mi regreso. Salta, me festeja. Vi lo acaricia, le habla con dulzura (bonito), le da palmadas en los muslos y el lomo, esa manera suya de amarlo que a veces parece más sólida que las palabras.

El otro día vino mamá. La invité. Jugó con Elvis, lo miró como si quisiera explicarle algo que no puede decirme a mí. Le habló en susurros, le pidió perdón. No supe si el perdón era para él o para mí.

Le preparé el desayuno. Le di unos regalos que compré en la farmacia, pequeñas cosas para que se sintiera bella. Ella se fue feliz, como si ese instante de cuidado pudiera repararla. Yo me sentí bien. Quizás porque, por un momento, ambas creímos en esa pequeña tregua.

Mañana iré a su casa. Hay que recibir a Timmy. Espero que las cosas sigan mejorando, aunque no dejo de preguntarme si tendré tiempo para descansar. Me pesa un cansancio que no es solo físico, pero tal vez eso también pase. O tal vez no.

D.