93. vértigo

Y yo me iré
como el humo al aire, que no podrá volver
me haré un tornado dulce, un perfume, una piel
seré mi propio padre y así voy a aprende
que irse es volver a volver


Una vez Cris me dijo que las palabras son hechizos, era algo que guiaba las cosas que decía y se decía a sí mismo. Últimamente pensé mucho en eso. 

Quise escribir estos días, entradas más largas, contando todo lo que estuvo pasando. Mi registro. Pero no me fue posible, excepto por la lectura, hábito que retomé en diciembre a razón de resistir el caos, no me fue posible escribir. Tampoco creo haber podido encontrar un espacio. 

Hoy es primero de enero, el circuito continúa. No festejé. Tampoco sé por dónde comenzar mi relato. 

Mi abuelo está internado, hace diez días. Cada tarde he ido. Los primeros días fueron más difíciles porque él necesitaba demasiadas aspiraciones de secreciones. Pero estuve ahí, en un principio por mi abuela, finalmente me terminé enamorando un poco de él. 

Cuando yo estoy en la clínica, mi abuela puede salir a tomar un café. A veces también va a misa. Hablamos mucho estos días, me habló sobre lo agotada que está, pero no se permite llorar. Bueno, sí, lloró una vez, cuando me relató sobre la muerte de su hermano, hace cuarenta años, ahogado en un río. Me contó también que mi papá les hurtó dieciséis mil dólares de su caja fuerte. 

Papá también estuvo presente, en navidad, en mi teléfono, con un insulto: descarada. No hemos vuelto a hablar. 

A su vez, mamá. Me es más difícil hablar de ella porque todo lo que atañe a su vida siempre fue como un río imprevisible en su curso, desbordante de desorden. Todos sus mensajes son un pedido de ayuda, muchos son extravagantes, confusos en su contenido. Nuestra relación siempre fue insana, pero empeoró en el último año cuando empezó a necesitar que yo controle su jubilación. Mejor dicho, cuando yo decidí controlar los gastos que ella hacía, porque descubrí que llevaba meses sin comer bien porque no tenía dinero y le debía a todo el mundo. Es una carga muy grande. 

Y en el transcurso de esta semana parece que se mudará al monoambiente vacío de mi hermano. Los dueños de Cmte. Franco ya fueron a su puerta a amenazarla. Dinero, falta de aire, sudor y sangre. Sobretodo sangre. Llevo tres meses tan estresada como si fuera yo la que se estuviera por quedar sin casa y tenga que escapar. 

Puede que también yo tenga que escapar. 

Lo último, Vinicio. Nuestra relación está llegando a su fin. Le hablo poco, le respondo lo justo, lo sigo en sus ideas sin decir mi opinión, mi dolor. No manifiesto, ya no quiero pelear, mi corazón no lo soporta. Lo extraño, lo extraño cada vez que hablo con otra persona, cada vez que abrazo, cuando recibo palabra amables. Porque quisiera que fuera él quien hiciera todo eso. Pero cuando regreso a la casa, si yo hablo, él se tensa, se pone a la defensiva. Comienzan las miradas de reojo, los juicios. La cama vacía, las pastillas para dormirme. 

Todo, repentinamente, se desmoronó. 

Víspera de fin de año. Salí del sanatorio a diez de la noche, puede que un poco antes. Las lágrimas ya llevaban corriendo un rato. Cuando por fin cerré la puerta del departamento comencé a llorar. Realmente esperaba que Vinicio no se encontrara en la casa (él iba a irse a lo de sus amigos, me había invitado pero le dije que no. Y está bien, pero en el fondo me dolió que le pareciera adecuado dejarme sola). De nuevo, esperaba que él ya se hubiera ido. 

Porque mientras caminaba estaba pensando en juntar todas las pastillas que tengo y detener mi corazón. Me apenó la idea de no haber escrito cartas, de no despedirme. Pensé que tendría que pasarle el dinero de mamá a mi hermano porque sino quedaría en mi cuenta, además de enviarle a Mico otra parte para pagar la tarjeta que me prestó. 

Se me ocurrió ordenar mis cuadernos. También dejar una lista de personas con sus números de teléfono para que les avisen. Hay gente que solo yo conozco. 

Pausa, me escribió mi hermano. 

Continúo. 

Antes de entrar a la casa toda esta idea me parecía plausible. Me preocupaba solamente que no funcionara, oí sobre una chica que lo intentó y terminó con ambas piernas amputadas. Tendría que causarme un buen fallo sistémico, ¿sería doloroso? ¿Me aterraría estar sola? Demasiadas preguntas junto a la determinación. 

Pero Vinicio estaba en la casa. Como siempre, se le hizo tarde. Y lloré, lloré la muerte de las cosas. Él me llevó a la ducha, fue amable, me cocinó, me recostó, me acompañó. No fue a lo de Leonel. Brindó conmigo a las doce. No ví ningún fuego artificial, no saludé a nadie, sólo el ruido de la televisión. 

Cerca de la una de la mañana volvió a ser cruel, por una estupidez, "es lo que hay". Soy lo que hay. Deseé que se fuera. Intenté dormirme, me quedé sola. Creo que él vió vídeos en la computadora hasta muy entrada la madrugada. 

Las palabras son hechizos.

D.