97. escondite
Mamá se queda sentada leyendo una revista vieja de Patoruzito. Hace las voces de los personajes mientras su cuerpo se cierra más sobre si mismo. Yo la observo desde el poco espacio que nos separa.
Henderson. Por lo menos diez necesidades alteradas, no sé cual atender primero. Ordeno como puedo las cosas en el monoambiente, en estos días voy a limpiarlo e ir mejorando el espacio, mi hermano se encargará de que pongan el cable. Mamá no quiere hablar de los perros.
Pienso en lo lejos que me queda su nueva casa de todo. El año recién empieza y la incertidumbre palpita dentro mío de nuevo. Sin hogar, sin raíces. Siento mi vida como Ceniza percibe la suya en este momento, ¿Qué pasará ahora? ¿Qué cosa terrible vendrá? ¿Cuándo volveré a casa? No lo sé, Niní. No sé. Sólo me muevo según lo que me parece correcto, intento, día tras día.
Lo evito a Vinicio, me es difícil hablar con él y ver su rostro con expresión de rechazo. Su incapacidad de ayudarme a pasar estas épocas difíciles. El chat vacío, sin preguntas, sin curiosidad. Me pregunto si sentiré el mismo terror que la gata cuando me toque irme de aquí. Lo dilato, no tengo coraje.
Me siento desorientada últimamente. Pongo la taza de café en la heladera en lugar del microóndas, confundo las paradas de colectivo, dejo cosas para guardar y olvido dónde. No puedo dormir, el viernes tengo sesión con el psiquiatra y voy a tener que pedirle zolpidem. Me estoy poniendo hielo en la espalda de nuevo. Corro, corro a todos lados. Recoleta, Flores, Liniers, Bernal, Belgrano. No paro, nunca paro.
Acepto el amor que me brindan, de la forma que sea. Una comida caliente, el sonido de una guitarra, una cama prestada, un libro para viajar, que oigan mi llanto, un abrazo, algo de dinero, palabras de aliento.
Trato de no dejar nada sin agradecer, no dar nada por sentado.
D.