105. treinta
el amor tiene una mirada
ebria de palabras y poesía
Cumplí treinta y no hubo un espejo diciéndome que llegué a algún lugar.
No me duelen los años, me duele no saber qué hacer con ellos. Me pesan los sueños descartados, los trenes a los que no subí. Me pesan los amores que dejé ir, los que aún sostengo con las uñas. Vinicio. El amor que sobrevive a mi ruina.
Treinta, y estoy viva. Lo digo como si me creyera el milagro. Lo escribo para recordarlo. Que aún estoy. Que respiro, que a veces río, que me hice los estudios, que tomé agua, que esta semana no lloré. Que la tristeza no me comió entera, aunque me mordió.
Treinta, y mi cuerpo ya no se disculpa tanto. Lo cuido como puedo, lo visto con ropa ajena a veces, lo disfrazo para que el mundo no vea cuánto me cuesta. Pero ya no quiero odiarlo. Me sostuvo. Aguantó la ansiedad, el insomnio, la medicación, los llantos, las veces que quise desaparecer. Es mío y lo tengo.
Treinta, y empiezo a pensar en mis padres como destino. Me veo en sus ojos, en sus rutinas, en sus vacíos. Me aterra. Me conmueve. No quiero convertirme en una mujer sola con su locura, ni ser una señora triste que saluda a los vecinos. Y, sin embargo, hay una dignidad en ellas. En las que siguen. En las que resisten. ¿Será que también yo resisto?
Treinta, y estudié carreras que no terminé. Amé personas que no me cuidaron. Dejé trabajos por miedo. Dormí con miedo. Soñé con futuros que se fueron pudriendo como fruta olvidada. Pero también abracé a mi perro en silencio. Amé con locura. Pinté. Escribí. Leí poemas que me salvaron. Me desvelé con la idea de otra vida. Eso también es vivir, hay belleza en saberlo, en aceptarlo. En no fingir que estoy entera. Ser honesta es mi acto de fe.
Treinta, y no sé si estoy bien, pero no estoy sola. A veces eso basta.
D.