107. carta
Querida,
Sé que estás cansada. Lo escondés bien, pero te pesa. Te pesa el cuerpo que odiás en secreto, la ansiedad que aún no tiene nombre pero ya tiene forma, los amores que confundís con redención y con promesas. Tenés miedo, aunque digas que no. Y lo entiendo. Lo entiendo desde este lugar que tampoco es tan lejos, sólo es más tarde.
Hay muchas cosas que todavía no sabés, y tal vez no te hace falta saberlas. Que no te salvan por portarte bien, por tener la cara lavada o los gestos justos. Que el amor no alcanza, aunque duela dejarlo o perderlo. Que podés estar acompañada y sentirte sola. Que el silencio no siempre es vacío, a veces se parece a la paz que buscás con la punta de los dedos, como si pudiera tocarse, como si alguna vez alcanzara.
No quiero darte consejos. Sería mentirte si dijera que no quiero cambiarte. Te he cambiado. Marqué nuestro cuerpo con tinta, como si pudiera escribir un mapa sobre esta piel llena de cicatrices y evitar perdernos otra vez. Pero escribo sólo para decirte que llegás. Que a pesar de las noches en vela, del llanto en la ducha, de las pastillas, de las camas de hospitales, de los diagnósticos, de los errores repetidos como una plegaria rota, llegás.
Y no es que todo mejora. No como esperás. Pero cambia. Aprendés a pedir ayuda sin tanta vergüenza. A hablar menos de lo que duele. A enojarte sin culpa. A decir que no, aunque te tiemble la voz. Te volvés una versión de vos que no sabrías reconocer ahora, y sin embargo, sos vos.
Hay dolores que no se van, pero dejás de llamarlos por tu nombre. Hay personas que no se quedan, pero algo suyo se te queda adentro porque te dejan algo que también te sirve. Hay días enteros en los que no pensás en morir.
Y sí, seguís escribiendo. Todavía. Porque escribir es la forma que encontraste de aferrarte, para no caer del todo. Para inventar la voz que te consuela.
No lo sabés, pero vas a mirar atrás y vas a sentir ternura por esta versión tuya que sólo quería ser amada. Que corría detrás de lo que dolía, como si el dolor fuera prueba de algo verdadero. Como si doler fuera sinónimo de vivir intensamente.
No te curás. No te salvás. Pero vivís. Vivís con las ruinas y con la risa, con el insomnio y los abrazos. Con los días eternos y con los breves, con los que duelen y los que dan ganas de quedarse a vivir.
Habrá sufrimiento, sí. Pero vas a enamorarte tantas veces. Vas a brillar. Vas a cuidar a otros y entender que en esa entrega también hay una forma de redención. Vas a ver el alma en los ojos de quienes te piden ayuda y, en ella, vas a reconocer la tuya.
Y un día, sin darte cuenta, vas a cumplir treinta. Y vas a estar viva. Como quien llega a puerto después de un naufragio. Mojada, temblando, pero viva.