113. country
Uno era de papá. Raro: un audio suyo. Me contaba que iban a vender la casa de CCCC. Campo Chico Country Club. Como una sigla de secta.
La noticia no me sorprendió. La abuela ya me había dado un anticipo la última vez que la vi, hacía un par de semanas.
Papá me dijo que pensara si quería llevarme algo. Hice un repaso mental de la casa: muebles, sobre todo. Pero no tengo casa propia. Mamá tampoco. No hay dónde ponerlos. Julio ya tiene lo suyo, lo quiera o no.
Le respondí que me guardara los libros. Me dijo que me mandaría fotos y dejé la conversación ahí. Por la tarde volví a escribirle: que me avise cuándo vaya así lo acompañaba.
Pensé en algo que me ha cruzado muchas veces: ¿cuándo es la última vez que estamos en un lugar? ¿Cuándo es la última vez que tocamos ese césped, que miramos ese cielo?
Nunca asocié la casa del country con algo feliz. Las reuniones familiares (de los Andrade, según mamá) nunca fueron un refugio. Apenas hablaba con mis primos, salvo con Álvaro. Y él se fue a España de muy chico.
Con el tiempo, mi presencia en el country se redujo a paseos en bicicleta. Ya ni siquiera me acercaba a los establos. Solo una vez llevé a una amiga.
Aún así recuerdo la casa con una luminosidad única. Esos ventanales enormes, la habitación de mis abuelos casi vedada para mi, el cuartito donde guardaban las bicis, el morero de mi abuela, la perra Diana.
La última vez que estuve ahí fue hace un par de años, para el cumpleaños de papá. En ese momento yo me acababa de separar de Leo G. y vivía en la casa de Bernal Oeste con mamá.
No recuerdo casi nada del cumpleaños. Solo el pánico. Una angustia que me empujaba hacia adelante, como si me cayera de mí misma. Quería llorar todo el tiempo. En la mesa no me sentía cómoda con nadie, salvo con mi tío Carlos. Intercambiamos un par de bromas, lo suficiente para provocar las chistadas de papá y Patricia (shhh), y la incomprensión muda de mi hermano.
En un momento me levanté como quien va al baño, pero me escondí en el cuarto de los niños. Ahí lloré.
No tardó en venir mi hermano. No se sentó, no me abrazó. Desde el poder de toda su estatura, me lanzó una frase que todavía resuena: Te vas a quedar sola.
Después apareció papá. Como si estuvieran sincronizados.
Siempre un problema, vos.
Creo que mi tío vino a verme un rato. Digo creo, porque ya no sé si fue esa vez o me lo estoy confundiendo con otra. Me preguntó por mamá.
Volvimos a Capital en silencio.
No recuerdo bien adónde fui esa noche. Tal vez a lo de Christopher.
Te vas a quedar sola.
Esa fue la última vez que pisé Campo Chico.
D.