115. botánica
Ya no tengo veinte, y eso me apena.
Ni siquiera los viví.
Mis veinte se pasaron entre camas de hospital, pastillas, y hombres que no me sirvieron para nada. No terminé ninguna carrera. No eché raíces en ningún lado. Y ahora, a los treinta, me encuentro mirando ese papel extraño al que llamamos currículum, sin saber muy bien qué hacer con él.
Vi se quedó toda la noche estudiando. Tenía que rendir el final de Botánica, la viene cursando por tercera vez. Lo escuché irse cerca de las siete, sin haber dormido, y sentí su cuerpo hundirse en la cama recién pasado el mediodía.
Cuando volví a despertar, cerca de la una de la tarde, preparé un café, saqué a Elvis, crucé a la panadería y compré algo para cuando Vi decidiera levantarse.
Mientras me cambiaba, me acerqué a su lado. Le pregunté en voz baja cómo le había ido. Desde el fondo del sueño me respondió mal. Me dio pena. Una tristeza serena, resignada. Decidí dejarle dormir su pena.
Últimamente estoy soñando demasiado. El otro día soñé con Mico. Le escribía una carta larguísima donde le decía cuánto me dolió su forma de irse. En el sueño nos reconciliábamos. Al despertar dejé de seguirla en Instagram. A ella y a Aoshido. No puedo cajonear su existencia, pero por lo menos tratar de sacarlos de mi vista.
Anoche soñé con papá y Patricia. En el sueño, ella me mandaba un mensaje hostil y yo le respondía con la misma violencia. No me desperté mal. Solo un poco desorientada. Sé que tengo que hablar más con papá, pero me cuesta. Cuando lo miro, veo en sus ojos una versión de mi fracaso. Creo que a él le pasa lo mismo. Nos recordamos mutuamente lo que no fuimos capaces de ser.
Más allá de eso, sé que papá está dolido por lo del abuelo. Cree que su propia vida se le está agotando. Lo curioso es que yo, a mis treinta, siento exactamente lo mismo.
Ahora voy a ordenar un poco la cocina. Después me dedicaré a publicar libros. Así pasaré el día: fotografiando, descubriendo, tal vez vendiendo.
D.