116. UB

A veces me siento cruento al fantasear con tu vida
No pongo de más expectativas de que vayas a cambiar
Y a veces te volvés exigente esperando magia en mis propuestas
Pero alguna absurda respuesta te vuelve a decepcionar


Casi no saqué fotos este mes, ni siquiera me di cuenta de que estaba en receso universitario, por lo que podría haber sido un mes de disfrute. Por lo contrario, me sentí cada día desesperada por la falta de tareas y la incertidumbre de mi vida se posó ante mis ojos. Busqué trabajo, renegué, no tuve entrevistas. Fui de un lado a otro sin tener a dónde llegar. 

Se supone que en unos días se retoma la cursada. Lo más probable es que vaya a la UNSAM, no me siento lista para volver a los hospitales. Podría rendir los cuatro finales que debo a fin de año, total son un par de meses más. Y retomar enfermería el año que viene, con el conocimiento un poco más afianzado. Me mandé tantas cagadas en mi vida académica y profesional que una más no significa mucho. O por ahí ni lo sea, tal sólo signifique una decisión diferente.

Vi me dice que le ponga onda, y lo hago, solo que no es en la manera que él espera. Para mi ponerle onda es salir de la cama, bañarme, lavarme el pelo, limpiar la cocina, cambiar las sábanas, arreglarme las uñas, pensar en la cena, leer por la noche. 

Él espera más ánimo, más alegría. Pero cuando se la doy se siente incómodo, es tan impropio de mi que hasta parece una burla o un acto de locura. 

El martes bebí mucho de nuevo, o no, no tanto. Pero venía de una semana de beber todos los días, por lo que mi hígado no toleró más y pasé toda la madrugada del miércoles vomitando. Vi me cuidó esta vez, ya atribuyó parte de mi malestar al estrés. 

Llevo diez años así, con recaídas fuertes con el alcohol, o con períodos largos de beber durante varios días. Mi primer pedo me lo agarré con mi novio del secundario, Jorge, pero no era hábito mío tomar, entonces fue una situación más entendible. Empecé a beber más seriamente hacia el final de mi relación con Robinson, y continué bebiendo mucho tiempo después, incluso con Leo B., porque él también tenía gusto por los vinos. 

Bueno. 

Escribo esto entre tareas domésticas, quiero ordenar un poco la casa, como siempre. Me queda limpiar el baño grande, hacer la cama y limpiar los pisos. Parece que me acomodo mucho en la idea de mujer en casa, pero es más una rebelión contra la quietud de mi cuerpo. Si hago, me muevo. Si me muevo, no soy inutil. Si no soy inutil, puedo vivir. 

Hoy le hice un breve recap a la psicóloga sobre algunos años de mi vida, todo porque me preguntó si alguna vez me sentí brillar, expresión que yo misma use unos minutos antes. Le respondí que sí, cuando salí del secundario y comencé a estudiar en la UB. Papá me llevaba todas las mañanas, escuchábamos juntos un programa de radio. Tenía un grupo de amigas, el primero y único de mi vida. Me iba bien, la estructura era como de un colegio más que una universidad, eso lo supe después, pero en ese momento estaba feliz de aprobar los éxamenes. Y estudiaba en serio, durante horas. Salía con mis amigas, me veía con chicos. Iba seguido a comer con mis abuelos, estudiaba historia con mi abuela en la mesa del living grande. Tenía ropa hermosa, yo era hermosa. Mi cuerpo era fuerte, sin dolor. El mundo, creía, era mío. 

Pero al año comencé a estar mal. Volví a caer en la bulimia (la anorexia ya estaba agregada). Me sentí abrumada por la universidad, notaba que a mi papá le costaba pagarla. Me empezó a costar estudiar, comencé a sentir mucho enojo crecer dentro de mi. Me convencí de que mi carrera era estúpida y sin sentido. Fuí una mañana a la oficina de alumnos y me di de baja, sin hablarlo antes con mi familia. Me anoté en la UBA y comencé el CBC de sociología, unica materia que había disfrutado realmente. Conocí gente hermosa en ese tiempo. Pero mis amigas, a quienes me sentía unida, me dejaron de hablar apenas dejé la universidad. Eso me rompió el corazón. 

Al poco tiempo murió Osvaldo. Las cosas con mi padre comenzaron a ir mal y con Patricia, peor. Lo conocí a Robinson y arranqué mis 19 años viviendo con él en el departamento de Humboldt. Por algún motivo a mi viejo le fue fácil dejarme ir. Creo que lo vió como un paso hacia delante en mi vida. No tenía idea del infierno al que me estaba metiendo. A partir de ahí, comienza el relato. Lo anterior es niebla. 

A veces, pocas ya, me pregunto qué habría pasado si terminaba mi carrera en la UB. Si seguía fingiendo no pertenecer a la clase media, hacer contactos, como decía papá (para qué, no sé, lo habría descubierto supongo). No habría conocido a Robinson, no me habría lastimado la columna. ¿Qué clase de mujer sería hoy? No excenta de tragedias, obviamente, pero diferente, ¿O no? 

Hoy cuando fuí a comprar pan pensé en esa mujer. En esa otra Daniela que podría haber existido, tal vés sin cirugías, sin ansiolíticos, sin adicciones. O peor. Me pregunté si ella, en su realidad, caminaba a mi lado y también iba a comprar pan. 

D.

Nota al pie: Hoy es el cumpleaños de Gerardo. Hace dos años que no nos sacamos una foto abrazados.