121. maldad

Como no soy directo, ni fácil, ni honesto
Me he hecho un remedio con lo que había dentro
[...]
Voy a morir de pie, voy a morir de pie


Ojalá la mujer que se detuvo a insultarme porque Elvis orinaba en la calle reciba una mala noticia en el trabajo.

Ojalá la anciana que me llamó “sucia” al ver mis tatuajes tropiece y caiga.

Ojalá todos los cafés que prepare Mauricio, de ahora en más, tengan un sabor amargo.

Quería empezar esta entrada hablando de los sueños que me han acompañado en los últimos días, pero el incidente de esta mañana me revolvió algo profundo: una rabia espesa, incómoda. Quisiera haberla seguido calle abajo, gritando como una loca. Quisiera haber empujado a la vieja que me insultó. Quisiera arruinarle el ánimo a un mal hombre, aunque fuera con un gesto mínimo.

Dormí mal. Juan se quedó, y nos fuimos tarde a la cama. A sabiendas de que debía levantarme a las seis para abrirle la puerta, me revolví en la cama con un sueño inquieto. Todo al final para nada, porque terminó bajando Vi, yo ni siquiera escuché la alarma. 
Entre tanto, me desperté muchas veces. Soñé cosas extrañas, que ahora apenas puedo reconstruir.

En uno de esos sueños, yo era Jane Eyre. Estaba en la escuela rural que St. John había abierto. Era maestra. Todo estaba envuelto en una penumbra que impedía distinguir los rostros de las alumnas. Apenas podía ver los bordes del aula. Un hombre oscuro entraba y salía (supongo que era St. John) sin mirar a nadie.

En otro, me levantaba al baño y me cruzaba con Juan. Me hablaba, pero sus palabras eran indescifrables; lo apartaba con la mano y volvía a la cama. Él me seguía y quedaba de pie, inmóvil, junto al borde.
Desperté sobresaltada. Nunca me había levantado. Juan dormía en la habitación de al lado.

Quiero llorar.

La angustia se me asienta en el pecho como una piedra húmeda. Me levanto, doy vueltas. Me abrazo a Elvis. Vuelvo a sentarme frente a la computadora.

Hay cosas que hacer. Tengo que armar paquetes de libros para llevar al correo. Imprimir textos para la clase del jueves. Comprar comida para Elvis. Pensar qué cenar esta noche. Y pasar por la farmacia: llevo dos días sin medicación.

Pero yo solo quiero llorar. Quedarme en la cama y no volver a salir.

D.