122. mandato
En los últimos días, una frase se instaló en mi mente con la fuerza de un mandato: tenés que bajar de peso. Tengo treinta y comencé a alimentarme como lo hacía a los veinte. Pienso en mi adolescencia: a los quince pesaba 47 kilos y, aun así, jamás me vi delgada.
El fin de semana me encontré con Ailín después de tantos años. Tomamos un café y sentí cariño por ella, el tipo de cariño que se le tiene a alguien que podría llegar a querer. Me mostró una foto del viaje de egresados de la primaria. Me sorprendió que guardara en la memoria del teléfono algo así. La imagen era difusa, la foto de otra foto: niños sobre una colina. En una esquina, apartada, estaba yo.
Me vi gigante. Un cuerpo desmedido al lado de las demás niñas. Y entonces recordé cómo comparaba mis brazos con los suyos, cómo Patricia, una mujer adulta, me regalaba su ropa porque era la única que me quedaba, cómo lamía los envoltorios vacíos de los chocolates. Sentí dolor por esa nena. Por su soledad.
Mi única amiga, Sofía, era de otro colegio. Nos veíamos los fines de semana, se quedaba a dormir. En el colegio las chicas que trababan alguna afinidad conmigo se terminaban alejando, como si tuviera alguna enfermedad contagiosa.
Los recreos donde jamás bajaba al patio, sino que me escondía en escaleras del colegio a dibujar.
Hubo un chico, Alfredo, que un día de hora libre se sentó conmigo y nos reímos muchísimo. No me detuve en las miradas vigilantes de las demás niñas. Al día siguiente, Alfredo dejó de hablarme para siempre. Hace poco lo encontré en Instagram: intercambiamos mensajes, triviales, amables, pero superficiales. Pensé en hablarle sobre esto, pero nunca vino al caso y lo dejé pasar.
De ese cuerpo gigante pasé a una anorexia que me devoró durante todo el secundario y el primer año de universidad.
Hoy me pruebo ropa frente al espejo y la voz vuelve: tenés que bajar de peso. Evito los reflejos de los escaparates, los abrigos viejos que no me entran, la pila de jeans reducida a un único pantalón posible.
Es extraño. No pensaba escribir sobre esto. Quería hablar de Juan, de la consulta médica, de la cirugía que se acerca. Pero en cambio fue esta voz la que se escurrió de mis dedos: tenés que bajar de peso.
Qué es un cuerpo hermoso.
D.