125. Sitka
Al final me dormí casi a las cinco de la mañana, cuando Vi volvió del cumpleaños de Agustín.
No tengo mucho que contar más que dormí hasta las dos de la tarde, por lo que desperté hace un rato. Lo saqué a Elvis y pasé por donde ocurrió el crimen. Alguien había limpiado la vereda.
Mientras Elvis orinaba estaba paranóica de que alguna persona me viniera a decir algo, a increparme. Cuando recién me levanto estoy muy aletargada como para dar cualquier respuesta, pero a pesar de esto, bajar a Elvis es lo primero que hago al salir de la cama, después de lavarme la cara. Me preocupa pensar que se está aguantando o que le pueda doler la vejiga.
No pasó nada. Los domingos son más amables.
En la madrugada mientras hablaba con Flor lloré por Rocky. Me quejaba de que en este barrio no puedo pasearlo a Elvis ni dos cuadras, cuando a Rocky lo sacaba todas las noches, desde Los Incas y Triunvirato hasta la facultad de Agronomía.
Era el mejor momento de mi día.
Iba escuchando música mientras Rocky se frenaba en algún que otro árbol, pero caminabamos y la calle era nuestra. Calles amplias porque estaban pegadas a Av. Los Incas. Silenciosas por la noche, porque era barrio residencial.
Y lloré por él, otra vez. Por mi perro. Por esa época de mi adolescencia.
Lloré por haberlo dejado cuando me fui a vivir con Robinson. ¿Pero cómo podía imaginar yo lo que iba a pasar? El desastre. La culpé a mamá por años con la idea de que lo había abandonado. No fue recién hasta este año, diez años después, que le pregunté a mamá: Qué pasó con Rocky.
Hija, lo llevé a castrar. Pero sabes cómo era Rocky, habían muchos perros. Se me soltó, le grité a la gente "¡Agarrenló, por favor, por favor! No muerde" Pero nadie hizo nada y él se fué, y yo no podía correrlo. Lo busqué hija, te lo juro. Pero ya no estaba.
Le creo. Mamá casi no podía caminar ni hacer fuerza. Imagino que fue a la veterinaria con algún conocido del barrio, de esas amistades extrañas que ella siempre encontraba. Rocky le tenía miedo al veterinario, no era raro que quisiera escapar. Siempre que pasábamos por la calle del consultorio, hacía un rodeo para evitarla.
Pero no sé a dónde lo llevó mamá. Y me pregunto, si ella en ese momento me hubiera pedido ayuda, ¿Yo se la habría dado?
No creo. Yo también soy culpable.
Si hay algo después de esta vida, lo que sea, espero volver a verlo. A Rocky, mi perro salvaje. Pedirle disculpas. Que sepa quién soy.
D.