126. flecha

No se puede regresar el tiempo. 
Es como tener agua en la mano.

Desperté en algún momento de la madrugada y, por un rato, antes de volver a caer en el sueño, mi mente empezó a formar pensamientos como manchas de tinta. No recuerdo nada, salvo lo que alcancé a anotar en el bloc del teléfono:

Qué se hace a los veinte.
Qué es normal.

Tan solo eso. Quizás vino de una charla con Vi, cuando le conté de un profesor de sociología con el que estuve a los diecinueve. A veces también hablamos de aquella época en la que cobré por sexo, casi un año, a mis veinticinco.

Lo cuento con ligereza. No lo siento mío. Ni siquiera parece parte de mi vida.

“Cuántas vidas tuviste”, me escribió hoy Agustina.

¿Cuántas? ¿Y cuáles fueron mías? Todo lo que pasó se siente como si en algún momento hubiera disparado demasiadas flechas hacia el cielo y, de alguna manera, hubiera seguido todas sus trayectorias.

La Universidad de Belgrano, la vida con Robinson, Colombia, huir, perder el rastro de mamá, mis años con Leo B., Neuquén, las cirugías, la columna, los tratamientos, el abandono, la pobreza, los agujeros en la pared tapados con pósters, la prostitución, el tango, la pandemia, el alcohol, la Universidad de San Martín, el bioterio, las mudanzas, la enfermedad, Bernal, las pastillas, la soledad, Chicama, el Oeste, los libros, la gata, Vinicio, Recoleta, el llanto, los cortes, los trabajos, enfermería, Elvis.

Qué tanto hay de vida en todo esto.
Me pregunto si alguna flecha logró aterrizar.

D.