131. garganta
Llevo un par de días queriendo sentarme a escribir, pero me ha sido imposible. La naturaleza taciturna que compartimos en esta casa hace difícil que la noche sea un momento de quietud. O al menos, de silencio.
Así que me siento este mediodía, mientras Vi duerme y Juan está afuera. Mis pensamientos ya se han diluido respecto a los primeros impulsos que me atraían al teclado. Pero sin escritura la memoria se desvanece.
Tuvimos algunas discusiones con Julio durante la semana. No son graves, salvo en un punto: la comunicación. Pensaba, ya cuando todo se había calmado, en la dificultad que tiene mi novio para expresar lo que le duele. Como si los sentimientos de incomodidad, pena, tristeza o agobio se redujeran a una palabra única, arcaica, que no logra pronunciar.
Y esa palabra ocupa espacio. Se instala en el lugar de las otras ideas, le fatiga el cuerpo. Hasta que un día, ante un planteo brusco, ocurre la explosión: los movimientos nerviosos, los ojos que no encuentran dónde posarse, el temblor del cuerpo, las salidas dramáticas.
Me pregunto cuánto habrá influido en esto el hecho de haberse partido entre dos mundos desde tan pequeño. Brasil, Argentina. Portugués, español. Su madre, su padre. Pienso si el problema será que hay cosas que solo podría decir en el idioma de ella, pero ha pasado tanto tiempo que esas palabras ya no regresan.
Incluso con su nombre lo hemos dividido: Julio, Vinicio.
Él ahora duerme. Voy a ventilar un poco la casa y ordenar, para que el sábado transcurra más fresco. Ayer hubo tormentas fuertes que dejaron esa pesadez húmeda en el aire.
Que sea un buen día, espero.
D.