132. ruta
cambié mi edad con tus ojos delante
Ya regué las plantas, preparé mi cena y la de Elvis, después lo saqué a la calle. Me di un baño caliente y me serví otra copa del vino que abrí para acompañar el puré de boniato. Estoy cansada, quisiera meterme en la cama, pero necesitaba escribir un poco antes de rendirme al sueño. Estos días estuve tan pendiente de Julio que recién ahora mi cuerpo se suelta.
Me inquieta su salud: la espalda, las rodillas, ese cuerpo que ya acusa los golpes del trabajo duro. Me preocupa que le falte algo en el viaje, o que el viaje le falte a él, lo desgaste, lo hiera.
Yo no me pienso igual. O me pienso con menos rigor. Pero me cierro de golpe si imagino a Julio lejos de mí, en cualquier ruta donde no pueda alcanzarlo.
Hablé un rato con Agus. Me contó que su ex fue a buscar lo que quedaba de sus cosasy, no habiendo nadie, terminó robándole. Eso me hizo recordar cuando me llevé el acolchado de Leo G. No lo hice con la intención de joderlo, sino que recordé el frío terrible que sufrí en Lavalleja y, acercándose el invierno en el sur, decidí no volver a pasar por lo mismo.
Sin embargo, nunca lo devolví. Ese acolchado terminó en un rincón en el piso, en la casa que mamá tuvo que abandonar.
Pienso en Leo con cada vez más distancia. Y me resulta extraño, porque si lo tuviera delante lo despreciaría. Sin embargo, una vez lo amé. Una vez creí que su casa era también la mía. Una vez quise darle un hijo. Si nuestro amor fue un espejo, este se rompió y los pedazos nos hicieron sangre.
Apuro el resto del vino y vuelvo a revisar el teléfono. Silencio. Julio no escribió otra vez. Lo extrañaré toda la noche y, al acostarme, buscaré su cuerpo en el espacio vacío de la cama.
D.