134. once y seis
La vuelta de la universidad fue larga. Ayer y hoy hubo paro de trenes, y el servicio resultó particularmente lento. Pero cuando el tren pasaba por Drago, una chica se puso en medio del vagón y cantó 11 y 6, de Fito Páez. Su voz era tan hermosa que me cambié de asiento para escucharla mejor. Me fastidió un poco un vendedor ambulante que ya había pasado antes, ofreciendo chocolates. Sin embargo, me sorprendí cuando, en la estación Colegiales, los vi descender juntos y darse un abrazo largo y triste.
El día fue tranquilo. Ya regué las plantas y sólo me queda sacar a Elvis. Voy a tirarme un rato en la cama a estudiar griego mientras espero que se haga más tarde. Como ya salimos a las 19hs, si lo bajo antes de la medianoche tal vez no haga nada. Es lo único que me da pereza del día, pero está bien.
En los próximos días tengo que ocuparme de varias cosas: algunas relacionadas con mamá, otras con el dinero. Pagar tarjetas, buscarle un oftalmólogo, cubrir el préstamo del banco, administrar su jubilación, revisar si me descuentan el mantenimiento de la cuenta, sacarle un turno con el dentista. Y así.
No sé si de esto se trata la vida. Hoy hablábamos con Ailín sobre lo mal que nos pesan los 30 encima. El rostro que empieza a ceder, los kilos que nunca convienen, las formas del cuerpo que se sienten ajenas, el pelo que se vuelve áspero al tacto. A Flor le ocurre algo parecido. No sé si mirarme así es un atentado contra mi propio futuro.
A todo esto, Gonzalo me mandó una foto que encontró de hace años, creo que del 2018.
Nos veíamos bien.