145. chat

Ya no soy tan bueno
como un día prometí
y el insomnio pregunta
cuánto puedo seguir.


Quería sentarme a escribir cuando Julio se quedara dormido. Me cuesta concentrarme con él dando vueltas por la casa, incluso cuando no me molesta.

Me obligué a dormir con pastillas. Últimamente no puedo dormirme sin medicación, ni atravesar el día sin ella. El dolor es demasiado.

Caí rendida pasada la medianoche. Desperté cuando Julio vino a acostarse, cerca de las cinco. Afuera una tormenta empezaba a estallar y Elvis, inquieto, jadeaba y apoyaba las patas sobre nuestro pecho, como si pudiéramos negociar con la lluvia.

Fue una buena excusa para levantarme, dejar que Julio durmiera. Total, mi sueño es un desastre. Llevo días durmiento a cualquier hora, incluso de manera entrecortada.
Elvis se calmó apenas pudo esconderse bajo el escritorio, en ese pequeño territorio entre mis piernas y la pared.

Cuando me senté en el ordenador, me sorprendió ver WhatsApp abierto. Me confundió: ¿lo dejé así? Puede ser, había estado subiendo libros y siempre uso el chat conmigo misma para mandarme fotos. Igual revisé el historial. Nada extraño sobre la aplicación, pero sí un rastro claro de Instagram abierto pasadas las tres de la mañana.

Mi Instagram personal no está logueado en la computadora. No por nada en particular, simplemente no uso los chats de ahí ni veo cosas más que en el teléfono. Me fastidia esa fila interminable de gente mandando reels. Lo único abierto es el de la librería. En el historial se veía que se revisaron pocos mensajes. Nada raro: consultas por libros.

Abrí la cuenta de Google de Julio. Su historial marcaba actividad apenas pasadas las tres: algunas cosas sobre cine, próximas funciones.

No me angustió. Me dio una tristeza suave, apenas eso. Es un comportamiento extraño en él (al menos en lo que yo conozco), pero estos días fueron demasiado raros, agotadores. Los dos venimos arrastrando un sosiego aplastante. Caminamos por la casa como dos fantasmas, embrujándola más a cada paso. 

Julio oscila entre buscar mi cuerpo como refugio y reprocharme cosas que se le quedan vibrando en la cabeza. Su mundo, en dos semanas, se fragmentó. El mío apenas se sostiene al borde de una escalera.

Excepto la noche en que huí a lo de mamá, no siento. Me obligo a no sentir. Tomo Risperidona para dejar la mente en silencio. “Siempre estás medicada”, dice con saña a veces. No, boludazo, si estos días no me medico, me mato.

Esa noche fue terrible. Salí con mis amigas el viernes y por primera vez en dos semanas tuve una risa sincera. Conté todo: el cuello, Juan, los llantos, el aborto, la carta, los mensajes de Mauricio. Un remolino movía la sal de mi cuerpo mientras tomaba vino.

Cuando llegué a casa, el alcohol me derrumbó. Me senté a la mesa y empecé a llorar, a pensar en todo. Le dije a Julio que sus amigos eran una mierda. 
Y ahí lo vi: apoyaba el teléfono para grabarme.

La situación escaló como una chispa en pasto seco.

Me abalancé sobre él gritando: “¿Qué me estás grabando?” A los pelotudos de tus amigos deberías grabar, no a mí.
Yo jamás te grabé cuando me dijiste cosas terribles.
Cuando me hostigaste sexualmente y después me hiciste sentir culpable. 
Cuando me ninguneaste.
Cuando rompiste mis papeles porque te frustraste al imprimirlos.
Cuando me dijiste “patética” mientras lloraba en el piso después de cortarme.
Cuando en Navidad me dejaste sola llorando.
Cuando no me ayudaste con el desalojo de mamá.
Cuando me culpaste por lo de Rocío.
Cuando te diste vuelta mientras yo lloraba.

Jamás te haría eso.

Le pegué unas cachetadas. Hubo gritos, insultos. Él me agarró de los brazos. Me escapé al cuarto a armar un bolso. Él lloraba, creo que me pidió que no me fuera. O me ofreció irse él. No lo sé.
Pedí un auto. A las cuatro de la mañana ya estaba en casa de mamá.

Me apenó saber que no podía escribirle a Juan. Ya no. 

Tardé dos noches en volver. Él me fue a buscar. No habría regresado si no.

Después supe que le escribió a una amiga mía esa noche, diciendo que el alcohol me sienta mal (sí), que lo mezclo con medicación psiquiátrica (no), que soy agresiva (tampoco).
Pero tampoco le gusto cuando estoy tranquila.

Ella casi no le respondió. Me escribió a mí para saber cómo estaba y qué necesitaba realmente. Le dije que me iba con mi mamá y que iba a estar bien. No lo estuve, lloré muchísimo. Pero mamá me cuidó. Tanto que pongo barreras ante ella, la dejé cuidarme como si yo fuera pequeña. "Mamá, me haces un mate cocido, ¿me das un poco de pan?"

Y acá estoy. Volví. La tristeza sigue. Saco a Elvis, le doy de comer. Camino del baño a la cama. A veces posteo libros. Escribo algún poema. Limpio la jaula del pájaro y lo miro bañarse. Barro un poco.
Pero todo es quietud. No quiero moverme.No quiero despertar.

Ya no quiero noticias.
De nada.
De nadie.

Me cierro en mí misma, mientas espero a que llegue algún tipo de alivio en donde se abra una ranura. 

D.